Comentario
La descomposición del imperio almohade en al-Andalus va a provocar una nueva fragmentación política, conocida como el tercer período de reinos de taifas, de los que solamente va a salir consolidado el sultanato nazarí (1232-1492), gracias a una serie de circunstancias políticas.
En 1232 los musulmanes de Arjona, localidad próxima a Jaén, proclaman sultán a Muhammad ibn Yusuf ibn Nasr ibn al-Ahmar, que da nombre a la dinastía nasrí o nazarí. Muhammad I extiende su poder a Jaén y en el año 1237 entra en Granada, convirtiendo la antigua ciudad zirí en capital del naciente sultanato nazarí; en 1238 se anexiona Almería y poco después Málaga, convirtiendo a toda la Andalucía montañosa, por su especial topografía, en el último reducto del Islam andalusí.
Muhammad I puede consolidar el sultanato nazarí merced a una inteligente política de pactos; así tras la reconquista cristiana de Jaén por los castellanos en 1246 se reconoce su vasallo, retardando de este modo la toma de Granada durante dos siglos y medio, período durante el que va a tener lugar el esplendor del arte nazarí. A ello coadyuvó de momento la presencia de los mariníes, auténticos sucesores norteafricanos de los almohades, en la zona peninsular del estrecho de Gibraltar. En realidad, el débil sultanato nazarí, atrapado entre los emiratos africanos, de un lado, y los reinos cristianos peninsulares, de otro, juega en cada momento una política de alianzas para sobrevivir, variable en cada situación concreta.
Unos meses más tarde de su entrada en Granada, que le abrió sus puertas, Muhammad I sube al cerro de la Alhambra en 1238 y tras su inspección, manda edificar la alcazaba, el recinto fortificado y la acequia para traída de aguas desde el río Darro.
El recinto amurallado de la Alhambra cierra la parte alta de la colina de la Sabika, aprovechando la disposición del terreno que constituye una plataforma alargada en dirección este-oeste; con posterioridad y paulatinamente, según se verá, el recinto fortificado fue dotándose de puertas monumentales y torres-palacio. Como avanzada en la parte más occidental de la colina, a modo de proa de barco, Muhammad I manda construir la alcazaba, un recinto defensivo militar, donde establece su residencia en la torre del Homenaje.
El recinto de la alcazaba es de planta rectangular irregular, dispuesto en dirección esteoeste, y estrechándose hacia occidente. Consta de dos recintos amurallados, uno exterior más bajo, a modo de antemuro o barbacana, y otro interior, fortificado por altas torres en sus lados menores; en la parte más occidental se eleva la torre de la Campana o de la Vela, cuya estructura ha sido relacionada con el donjón de Manar de la Qala de los Banu Hammad en Argelia. En la parte oriental se disponen las torres del Homenaje, la Torre Quebrada, con disposición de dos cuerpos laterales en avance y la desmochada torre del Adarguero. La torre del Homenaje, cuya disposición sigue la de la Torre del Trovador de la Aljafería de Zaragoza, ofrece en cuerpo más alto una sobria vivienda para el sultán.
El recinto interior de la alcazaba constituye el patio de armas, que es un auténtico barrio castrense dotado de casas para la guardia, que se halla articulado por una larga calle longitudinal. Separadas por esta calle, en el sector norte del patio quedan las dependencias del baño, bastante arruinado, y las casas más acomodadas de los veteranos, mientras que el aljibe y las dependencias para la guardia joven ocupan el sector meridional.
En suma, la Alhambra del sultán fundador de la dinastía nazarí se reduce a una arquitectura sobria y desornamentada, propia de la función defensiva y militar que tiene en este primer momento la nueva ciudad. Los altos muros de la Alhambra y las poderosas torres de su alcazaba conforman un recinto de paz y de seguridad, bases necesarias para la futura vida de la ciudad palatina.
Por otra parte, la construcción de la acequia real garantiza la vida en la colina. La acequia real será objeto de sumo cuidado y atención por parte de los sultanes nazaríes, considerándose el agua como un don del sultán; el agua permitirá además el riego de las huertas del futuro Generalife, la dotación de los múltiples baños de la Alhambra, la existencia de los jardines. Pero en este momento el agua, al igual que la edilicia, responde exclusivamente a su función utilitaria; queda para mejores tiempos el desarrollo de sus posibilidades estéticas.
Las actuaciones del primer sultán nazarí, en esencia, se circunscriben a fundamentar el futuro de la dinastía y de su ciudad residencial.